domingo, 26 de septiembre de 2010

Existir hoy

Existir hoy

Por Guillermo Jaim Etcheverry

Revista La Nación. Domingo 26 de setiembre de 2010

El joven prodigio ingresó en la universidad a los 14 años, pero la abandonó al poco tiempo por la música y las artes visuales. Es famoso, sin embargo, por ser uno de los pioneros de la realidad virtual. Considerado además un filósofo clave de la era digital, Jaron Lanier, nacido hace 50 años en Nueva York, es un experto en informática que trabaja en las universidades de California del Sur, Berkeley y Columbia. También se ocupa del desarrollo de nuevos productos en los laboratorios de investigación de Microsoft. La Encyclopædia Britannica lo incluyó entre los 300 inventores más importantes de la historia y la revista Time, entre las 100 personalidades de 2010. Ha sido considerado un renacentista de la época actual: una combinación ecléctica de programador de computación, inventor, filósofo, músico y artista. Una personalidad mundialmente famosa de la cultura pop a quien las fotografías muestran luciendo las trenzas características de los rastafaris.

Esta extensa descripción de un personaje tan especial y con una vida apasionante, resulta imprescindible para comprender la trascendencia de lo que escribió recientemente en la revista The Chronicle Review. Para celebrar la primera década de su publicación, académicos y artistas expusieron la que, a su criterio, será la idea que definirá la próxima década.

Aceptando ese desafío, dijo este artífice del mundo digital en el que vivimos: "Lo que definirá la nueva década es, en realidad, la pérdida de una idea acerca de cuya desaparición nunca antes debimos preocuparnos. Es el ocaso de la creencia acerca de la singularidad que supone el ser humanos". Ejemplifica Lanier: "Consideren la práctica común de los estudiantes actuales, quienes, mientras escuchan a alguien hablar, escriben y reciben mensajes conectados a dispositivos electrónicos al tiempo que conversan por teléfono. Durante una clase les dije: «La razón más importante para no realizar simultáneamente tantas actividades, no es para hacerme sentir respetado, sino para poder existir ustedes mismos. Si escuchan primero y escriben luego, eso que escriban habrá tenido tiempo para filtrarse por su cerebro, y en lo que digan estarán ustedes. Eso es lo que los hace existir. Si son meros reflectores de la información, ¿están ustedes realmente allí?».

En ese interrogante se resume el dilema actual: ¿qué lugar ocupamos como seres humanos en este incesante ir y venir de información? Lanier señala que el desprestigio de la creencia en el "ser" no se debe a la tecnología, sino a la cultura de los tecnólogos, que los lleva a diseñar entornos a los que califica de antihumanos y en los que está transcurriendo nuestra vida. "Estos softwares sugieren que la información es una sustancia aislada, independiente de la experiencia o la perspectiva humanas. De allí que el papel de cada ser humano esté mutando: de ser una entidad singular pasa a representar un componente más en una computadora global emergente." Analiza las múltiples consecuencias de ese cambio, basado no sólo en el convencimiento de que surge un cerebro global, sino de que éste reemplazará a la humanidad. Como lo señala Dan Reed, Lanier nos desafía a expresar nuestra humanidad esencial, nuestra especificidad, utilizando la tecnología del siglo XXI, pero evitando desvanecernos en ella.

Lanier introduce una nota de esperanza. Comenta que hace unos años era motivo de burla por parte de los estudiantes el solo poner en duda la supremacía del culto digital, pero que ya no es así porque está surgiendo una nueva generación que cuestiona la herencia de sus antecesores. Cuenta que, cuando durante una clase reciente pidió a los alumnos que suspendieran sus distracciones electrónicas para así lograr "existir", lo aplaudieron de pie. El desafío que enfrentamos ahora es encontrar la manera de conseguir escaparnos, por nuestros propios medios, del entorno antihumano que, súbitamente, todo lo dirige.

martes, 21 de septiembre de 2010

El avance de la insignificancia

HABLANDO CON CORNELIUS CASTORIADIS
El avance de la insignificancia

Esta entrevista fue realizada por Jean Liberman y publicada en le Nouveau Politis 434, número de marzo 1997. En esta entrevista Castoriadis, filósofo, psicoanalista, pensador de la sociedad, analiza en especial "el avance de la insignificancia" (título de su libro publicado en 1997) en la sociedad actual.

L.N.P.: Usted describe un «aumento de la insignificancia» en la sociedad contemporánea y, entre sus características, constata un «derrumbamiento de la autorepresentación de la sociedad». ¿Por qué esto es grave en relación al proyecto de autonomía individual y colectiva que usted singulariza?

Cornelius Castoriadis: Ninguna sociedad puede perdurar sin crear una representación del mundo y, en ese mundo, de ella misma. Los hebreos del Antiguo Testamento, por ejemplo, plantean que hay un Dios que ha creado el mundo y que ha elegido la línea de Abraham, Isaac, Jacobo, etc., hasta Moisés como «su» pueblo. Para los griegos, para los romanos, existían representaciones globales que jugaban el mismo papel. Los occidentales modernos se han representado como aquellos que, por una parte, iban a establecer la libertad, la igualdad, la justicia y, de otra, iban a ser los artesanos de un movimiento de progresión material y espiritual de la humanidad entera. Nada de esto vale para el hombre contemporáneo. Éste no cree más en el progreso, excepto en el progreso estrechamente técnico, y no posee ningún proyecto político. Si se piensa a sí mismo, se ve como una ola de la Historia, y a su sociedad como una nave a la deriva.

LNP.-Usted describe una descomposición de los mecanismos de dirección política que regentan, no una democracia, sino una «oligarquía liberal», ligándolo a la «evanescencia de los conflictos» y a la «disgregación del sistema educativo»...

C.C.: Todo el mundo reconoce la futilidad y la no pertinencia de los mecanismos de dirección política de la sociedad. A raíz de las recientes elecciones presidenciales en los Estados Unidos, donde la abstención ha alcanzado casi un récord absoluto, todos los comentaristas coincidieron en decir que Dole y Clinton evitaban todos los asuntos sobre los cuales podían tener divergencias, es decir, el meollo político. En Francia es una farsa. Mitterrand fue elegido como socialista e impuso al país el neoliberalismo. Después de las elecciones de 1986, la derecha no ha cambiado nada, excepto con la reprivatización de las empresas nacionalizadas por los socialistas. Volviendo al poder, los socialistas han seguido la misma política con Bérégovoy que Balladur se apresuró a adoptar. Chirac, elegido en 1995 con la promesa de cambiar todo, ha continuado por la misma senda. Actúan como si no hubiera ninguna elección, como si todo lo que hicieran les fuera impuesto por las circunstancias. Coinciden en que no son políticos, todo lo más gestores de una corriente mundial de la que repercuten las consecuencias en la sociedad francesa.

Esta evolución está condicionada por la evanescencia de los conflictos. La clase política puede aferrarse al cinismo y a la irresponsabilidad porque no está sujeta a ningún control ni a ninguna sanción. En otros tiempos, una situación como la de hoy hubiera engendrado huelgas, movimientos de protesta, etc. Hoy, es la apatía. Es verdad que se han producido algunos movimientos sectoriales el año pasado, pero es característico que no se han extendido a los sectores verdaderamente tocados por la crisis.

Pues si el capitalismo ha evolucionado durante los 150 años recedentes hacia un régimen relativamente tolerable, es debido, esencialmente, a los movimientos sociales. Dejado a sí mismo, habría verificado todas las sombrías predicciones de Marx: pauperización de los trabajadores, paro creciente, crisis de sobreproducción. etc. Si Marx se ha «equivocado» es porque en sus análisis había «olvidado» la lucha de clases -aunque él fuera su teórico-. Pero son las luchas obreras y populares las que han impuesto a los patronos el aumento de los salarios, creando así mercados internos de consumo que pudieran absorber la producción creciente de las fábricas capitalistas. Son ellas las que han impuesto las reducciones sucesivas del tiempo de trabajo, haciendo pasar de más de 72 horas semanales hacia 40 horas en 1940, reabsorbiendo así el paro potencial que hubiera engendrado el formidable progreso técnico que había tenido lugar. Pero después de 1940 la duración del tiempo de trabajo no ha variado. Lo mismo ha ocurrido en el plano político: las tendencias autoritarias del sistema han sido controladas por los combates políticos. Desde hace un cuarto de siglo, todo esto ha desaparecido.

La disgregación del sistema educativo es otro aspecto de esta evolución. El sistema ya no es capaz de producir a los individuos que le hagan funcionar o, en todo caso, de producir ciudadanos. La crisis de los valores penetra profundamente en la educación, donde el contenido está minado por la preocupación exclusiva de «la preparación para la vida profesional». El resultado es que el sistema educativo no está regido por ninguna de las tres partes participantes. Los padres no ven más que el modo para que sus hijos obtengan el famoso «papel». Los alumnos no pueden apasionarse por tal objetivo, sobre todo cuando perciben que este papel les sirve cada vez menos en el mercado de trabajo. Los educadores no creen que puedan transmitir gran cosa.

LNP.- El «incremento de la insignificancia» está caracterizado, según usted, por un pseudo consenso generalizado, por la apropiación comercial de toda subversión, por la sustitución de los valores a cambio del dinero rey. Nos gustaría que aclarara las consecuencias de esta tendencia.

C.C.: Los individuos no tienen ninguna señal para orientarse en su vida. Sus actividades carecen de significado, excepto la de ganar dinero, cuando pueden. Todo objetivo colectivo ha desaparecido, cada uno ha quedado reducido a su existencia privada llenándola con ocio prefabricado. Los medios de comunicación suministran un ejemplo fantástico de este incremento de la insignificancia. Cualquier noticia dada por la televisión ocupa 24 o 48 horas y, enseguida, debe ser reemplazada por otra para «sostener el interés del público». La propagación y la multiplicación de las imágenes aniquilan el poder de la imagen y eclipsan el significado del suceso mismo.

LNP.- El posmodernismo no escapa a sus críticas, ya que esconde, según usted, un conformismo generalizado...

C.C.: El posmodernismo no es más que una denominación pomposa de la crisis de creación en el terreno de la cultura. El término fue inventado por los arquitectos cuando concluyeron que la corriente moderna en la arquitectura se había agotado. Como no eran capaces de dar una salida y como estaban poseídos por otro mal de la época, el furor por lo «nuevo», que conduce casi siempre a una simple repetición, inventaron este término para una producción en arquitectura que no es más que collage. Toman diferentes estilos de la arquitectura pasada y los unen los unos a los otros en el mismo conjunto: un poco de una villa italiana del siglo XVII, algunas columnas griegas, un recuerdo gótico y, por qué no, una pagoda. Este collage domina también tanto en literatura como en cine, con citas, imitaciones, remakes, etc. Es la consecuencia de una enorme bancarrota de las vanguardias, en donde el imperativo de innovar por innovar ha conducido a los lienzos blancos sobre fondo blanco, al bidé de Marcel Ducharnp repetido cientos de veces, etc. En este terreno, la insignificancia se manifiesta verdaderamente.

LNP.- Usted pone en causa a la economía-casino de hoy y al economicismo dominante, pero no parece ver en esta invasión de la insignificancia las consecuencias de una cierta mundialización.

C.C.: La tendencia a la mundialización existe desde los orígenes del capitalismo -no hay más que releer a Marx o a Braudel-. La cuestión es saber por qué ésta invade todo hoy en día y no en el siglo XIX o durante la primera mitad del XX. La respuesta es que la victoria de la mundialización presuponía, en principio, la victoria de una reacción política. Ésta comienza con Thatcher y Reagan en 1979-1980 y, en Francia,con Mitterrand, a partir de 1983. Ha llegado a imponer el poder absoluto del mercado y el desmantelamiento de los medios de la política económica, por la desregulación de la economía, la libertad de movimiento de los capitales, la facultad otorgada a las empresas de despedir libremente, el rechazo de la política presupuestaria como instrumento de regulación de los ciclos económicos, etc.

LNP.- ¿No se debe también a los efectos del enorme progreso de la tecnociencia?

C.C.- Estos progresos no son la causa de la mundialización, simplemente han permitido la forma y la marcha que ha tomado. Por ejemplo, la deslocalización de las empresas ha sido posible y rentable a partir del momento en el que el trabajo relativamente cualificado, en otro tiempo parte esencial del input productivo, ha sido liquidado por la automatización y ha sido reemplazado por un trabajo no cualificado al alcance de los jóvenes del sudeste asiático. La mundialización económica realmente es un fenómeno muy importante, pero la forma que ha tomado y las consecuencias que se desprenden han sido condicionadas por una voluntad política. Ésto es flagrante en el caso de Europa. Mientras que la Comunidad Europea, entidad económica casi autosuficiente, hubiera podido utilizar la tarifa exterior común (TEC) para permitir la supervivencia de una agricultura y una industria europea, sin embargo se ha permitido la desertización de los campos y la destrucción de ramas enteras de la industria y de las regiones correspondientes.

LNP.- A diferencia de Edgar Morin, aunque usted esté preocupado por los valores, no plantea la cuestión de la ética y de su rehabilitación, a la que parece subordinar enteramente a la política.

C.C.- La ética -o, más bien, la charlatanería sobre la ética- sirve hoy para esconder la miseria de la impotencia política. ¿Qué es más importante, no matar a una persona o a un millón de personas? La muerte de millones de personas depende de la política, no de la ética: guerras, hambruna, epidemias que diezman países sin medios sanitarios, etc.

Hemos pasado de una mistificación a la mistificación simétrica y opuesta. Durante tres cuartos de siglo el comunismo ha pretendido, en nombre de una «política» monstruosamente embustera, que el fin político justicaba todos los medios, lo que es intrínsecamente absurdo: una política que pretende ambicionar la liberación de la humanidad no debería utilizar más que medios que apuntan en esa dirección y no que la destruyen, como el terror y la mentira. Cuando esta mistificación explotó en la cara de todos, al mismo tiempo que la política reformista o conservadora mostró su impotencia cara a los problemas de la época, se redescubre la ética, como si pudiera responder a todas las cuestiones. Ciertamente, la problemática ética está siempre ahí, y siempre lo estará, pero ésta concierne a la vida y a las actitudes personales de cada uno. No permite a un gobierno orientarse en los dominios económicos, educativos, de sanidad pública, de medio ambiente, etc.

LNP.- En su nuevo libro, Fait et à faire, que publica Seuil, usted dice: «El nudo gordiano de la política de hoy es la ruptura con la economía que debe dejar de ser el valor dominante e incluso exclusivo.» Pero no nos da ninguna pista para ello.

C.C.- Antes de indicar una pista para llegar a un fin, la gente tiene que aceptar ese fin, ese objetivo. Ésto no depende de las proposiciones de un autor individual. Es la gran mayoría de los seres humanos la que debe convencerse que su vida tiene que cambiar radicalmente de orientación y sacar las consecuencias. Mientras que los seres humanos continúen poniendo por encima de todo la adquisición de un nuevo televisor en color para el año próximo, no habrá nada que hacer.

Tomado de: 19.03.05 http://www.topia.com.ar/articulos/castoriadis.htm

Tomado del blog de Rafael Castellano, donde comenta el capítulo VIII del libro de Castoriadis “El avance de la insignificancia.

http://www.rafaelcastellano.com.ar/wordpress/?p=235

http://www.rafaelcastellano.com.ar/wordpress/?p=236

Hay una crisis en la sociedad contemporánea que produce una crisis del proceso identificatorio. Podemos elucidar y explicar la crisis de identificación en referencia al debilitamiento del proceso identificatorio en sus diversas entidades socialmente instituidas, como el hábitat, la familia, el lugar de trabajo, etc., ya que en nuestra cultura, el proceso identificatorio (entendido como la creación de un “sí mismo” individual-social) pasaba por esos lugares que hoy están en crisis. Pero, adicionalmente, no existe hoy ninguna totalidad de significaciones imaginarias sociales,o no emerge ninguna que pueda hacerse cargo de esta crisis de los apuntalamientos particulares.

Desde hace mucho tiempo se habla de “crisis de valores”, pero el término “valor” es muy vago, por eso, hablo de la crisis de las significaciones imaginarias sociales, es decir de la crisis de las significaciones que mantienen a la sociedad unida, dejando a la vista como esta crisis se traduce en el nivel del proceso identificatorio. El papel de las significaciones imaginarias sociales es triple: 1) Estructuran las representaciones del mundo en general. 2) Designan las finalidades de la acción, imponen lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer, lo que es bueno y lo que no. 3) Establecen los tipos de afectos característicos de una sociedad. (Un afecto característico de la sociedad capitalista -señalado por Marx- es la inquietud perpetua, el cambio constante, la sed de lo nuevo por lo nuevo).

La instauración de estas tres dimensiones (representaciones, finalidades, afectos) se da conjuntamente con su concretización llevada a cabo por todo tipo de instituciones mediadoras, que instituyen un tipo antropológico específico (un tipo de individuo particular). Y, al mismo tiempo, se establece un enjambre de roles sociales.

Entre las significaciones instituidas por cada sociedad, la más importante es la que concierne a ella misma. Todas las sociedades tuvieron una representación de sí como algo: somos el pueblo elegido; somos los griegos en oposición a los bárbaros;somos los hijos de los padres fundadores; somos los súbditos del rey de Inglaterra. Indisociablemente ligado a esta representación existe un pretenderse como sociedad, y un amarse como sociedad; es decir, una investidura tanto de la colectividad concreta como de las leyes por medio de las cuales esta colectividad es lo que es. Aquí hay un correspondiente externo (social) de una identificación de cada individuo que -también- siempre es una identificación a un “nosotros”, a una colectividad.

Pero la colectividad no es eterna sino en la medida en que el sentido (las significaciones que ella instituye) son investidos como eternos por los miembros de la sociedad. Y creo que nuestro problema de crisis de los procesos identificatorios, hoy puede y debe ser abordado también desde esta perspectiva.

¿Dónde es el sentido vivido como eterno por los hombres y mujeres contemporáneos? Mi respuesta es que ese sentido, socialmente, no está en ninguna parte. Sentido que concierne a la autorrepresentación de la sociedad; sentido participable por los individuos; sentido que les permite acuñar por su propia cuenta un sentido del mundo, un sentido de la vida, y, finalmente, un sentido de su muerte.

Las sociedades modernas se formaron tal como son y se instituyeron por medio del surgimiento de dos significaciones centrales: la de la expansión ilimitada de un supuesto dominio pretendidamente racional sobre todo; y la de la autonomía individual y social (la búsqueda de formas de libertad). Estas dos significaciones son antinómicas: una conduce a las fábricas Ford en Detroit en 1920 (microsociedades cerradamente micrototalitarias), y la otra a la idea de una democracia participativa (que no puede encerrarse en la esfera política y detenerse ante las puertas de las empresas).

A cada una de estas dos significaciones corresponde -grosso modo- un tipo antropológico de individuo diferente. A la significación de la expansión ilimitada del “dominio racional”, podemos hacerle corresponder -por ejemplo- el empresario schumpeteriano, quien -para ser tal- necesita obreros y, a la vez, consumidores. Entonces, hay necesariamente un tipo antropológico complementario de este empresario, para que esta significación pueda funcionar: el obrero disciplinado y totalmente cosificado. A la otra significación (la autonomía) le corresponde el individuo crítico, reflexivo, democrático.

El siglo XX nos deja como legado el eclipse de la autonomía y un desvanecimiento del conflicto social, sobre todo en las sociedades ricas donde los conflictos que observamos son esencialmente corporativistas y sectoriales. Vivimos en una sociedad de lobbies y hobbies. La única significación realmente presente y dominante es la significación capitalista, la expansión indefinida del “dominio”, la que al mismo tiempo se halla vaciada de todo el contenido que podía otorgarle su vitalidad en el pasado y que permitía a los procesos de identificación realizarse medianamente bien. Una parte esencial de esa significación era la “mitología del progreso”, que daba un sentido tanto a la historia como a las aspiraciones referentes al futuro. Esta mitología cae en ruina porque: ¿Cuál es hoy la traducción subjetiva para los individuos de esta significación y esta realidad que es la “expansión del dominio”? Para la aplastante mayoría de la gente no es más que el crecimiento continuo del consumo, incluidas las supuestas distracciones que se convirtieron en un fin en sí mismas.

¿En que deviene entonces el proceso identificatorio que la institución presenta a la sociedad, que propone e impone a los individuos como individuos sociales? Es el del individuo que gana lo más posible, y disfruta lo más posible; es tan simple y banal como eso.

¿Cómo puede continuar el sistema en estas condiciones? Continúa porque sigue gozando de modelos de identificación producidos en otros tiempos: el matemático investigador, el juez “íntegro”, el burócrata legalista, el obrero concienzudo, el padre responsable de sus hijos, el maestro que -sin ninguna razón- sigue interesándose en su profesión. Pero no hay nada en el sistema que justifique los “valores” que estas personas encarnan, que invisten, y que persiguen en su actividad. No hay nada en las significaciones capitalistas que pueda justificar estos desvelos.

¿Cuál es el lazo que esta evolución mantiene con los procesos más subjetivos? Todo ese mundo del consumo continuo, del casino, de la apariencia, se filtra en las familias y alcanza al individuo ya en las primeras etapas de su socialización. Padre y madre transmiten lo que viven, lo que son, proveen al niño de polos identificatorios simplemente siendo lo que son. Les transmiten: tengan lo más que puedan, disfruten lo más posible; el resto es secundario.

El carácter de la época, tanto del nivel de vida cotidiano como el de la cultura, no es el “individualismo” sino su opuesto: el conformismo generalizado y el “collage”. Conformismo que es posible sólo con la condición de que no haya núcleo de identidad importante y sólido. Además este conformismo actúa de manera tal que un núcleo de identificación semejante ya no pueda constituirse.

No puede no haber crisis del proceso identificatorio, ya que no hay una auto-representación de la sociedad como morada de sentido y valor, y como inserta en una historia pasada y futura, dotada -ella misma- de sentido. Estos son los pilares de una identificación última, de un “Nosotros” fuertemente investido. Este nosotros es lo que hoy se disloca al asumir cada individuo a la sociedad como simple apremio que le es impuesto.