domingo, 29 de agosto de 2010

El fin del olvido

Reflexiones

El fin del olvido

Por Guillermo Jaim Etcheverry

Revista La Nación. Domingo 29 de agosto de 2010

Aún antes de su publicación en la revista dominical de The New York Times, ya era comentado en todo el mundo un artículo de Jeffrey Rosen en el que sostiene que el paradigma de nuestra era digital, la Red, "supone el fin del olvido". En su ensayo, Rosen -profesor de Derecho en la Universidad George Washington de la capital de los EE.UU.- analiza la amenaza que la era digital representa para la privacidad, un valor esencial de nuestra sociedad.

Desde no hace mucho, contamos con recursos tecnológicos que permiten que casi todo lo que hacen las personas quede registrado al instante en el ciberespacio y, más aún, son esas mismas personas las interesadas en que se difunda lo más ampliamente posible. Esta conducta está generando una masa de información personal cuya característica novedosa es su persistencia. Años después de haberse subido a la Red una foto comprometedora o expresado un juicio apresurado, allí aguardarán a quien quiera ir a su encuentro. Es preciso tener en cuenta que lo primero que se recordará es lo peor que uno ha hecho. Entre los múltiples ejemplos que cita el documentado artículo, está el caso de una estudiante de magisterio que, a los 25 años, subió a la Red una fotografía que la muestra bebiendo disfrazada de pirata en una fiesta y que tituló "Pirata borracha". Esa fotografía fue descubierta por el supervisor de su escuela, lo que motivó que se le negara el título, con el argumento de que estaba promoviendo el hábito de beber entre estudiantes menores de edad.

Más allá del apasionante debate legal que este caso generó, lo que queda en evidencia es que al perderse la privacidad -por acción de la misma persona en su desesperación por exhibirse- se renuncia a la posibilidad de cultivar identidades separadas. Esto, que fue hasta ahora la norma, permitía que expresáramos diferentes aspectos de nuestra personalidad en contextos diversos. La tecnología de las redes sociales está fusionando esas identidades, hasta ahora independientes y privadas, en una sola "nube" pública y accesible para cualquier interesado, tendencia que se profundizará en el futuro. Es conocido el hecho de que antes de emplear a un postulante, muchas empresas de los EE.UU. ya exploran en Internet buscando información sobre él y su familia.

Además, es preciso advertir la persistencia de esa información en la "nube digital", constituyendo una huella que nos seguirá para siempre y que permanecerá aun después de muertos. En un mundo que nunca olvida, cada vez es más difícil escapar del pasado. Esa pérdida del respeto por la privacidad no sólo responde al voyeurismo de los demás, sino que es alimentada por los propios interesados, quienes se vanaglorian de que sus opiniones y sus vidas cotidianas, por lo general carentes de toda relevancia, son "seguidas" por otras personas. Tal vez no advierten que por esa renuncia a su intimidad pagan un precio que, como en el caso comentado, puede ser elevado. El hecho de que Internet nunca olvide constituye una amenaza a nuestra capacidad de controlar uno de nuestros derechos básicos: la posibilidad de reinventarnos a nosotros mismos para comenzar de nuevo, demostrando haber aprendido de nuestro pasado al superar alguna conducta previa socialmente incorrecta.

El desafío actual es el de preservar el control de nuestras identidades en un mundo digital que recuerda todo y no olvida nada. Rosen comenta varios ejemplos de compañías que se dedican a analizar y modificar la información que existe en la Red sobre una persona. Describe estrategias como la del vencimiento programado y otras que tratan de evitar que los propios interesados cedan a la tentación de suministrar información que podría dañarlos en el futuro. Si no logramos desarrollar algún modo de "olvido digital" -hasta se ha propuesto una "bancarrota digital" periódica-, el perdón resultará imposible y también lo será la posibilidad de reinventar nuestra vida, una característica de lo humano.

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